Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos trayectos, quien no cambia de marca. No arriesga vestir un color nuevo y no le habla a quien no conoce.
Muere lentamente quien hace de la televisión su gurú.
Muere lentamente quien evita una pasión, quien prefiere el negro sobre blanco y los puntos sobre las “íes” a un remolino de emociones, justamente las que rescatan el brillo de los ojos, sonrisas de los bostezos, corazones a los tropiezos y sentimientos.
Muere lentamente quien no voltea la mesa cuando está infeliz en el trabajo, quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien no se permite por lo menos una vez en la vida, huir de los consejos sensatos.
Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye música, quien no encuentra gracia en si mismo.
Muere lentamente quien destruye su amor propio, quien no se deja ayudar.
Muere lentamente, quien pasa los días quejándose de su mala suerte o de la lluvia incesante.
Muere lentamente, quien abandona un proyecto antes de iniciarlo, no preguntando de un asunto que desconoce o no respondiendo cuando le indagan sobre algo que sabe.
Evitemos la muerte en suaves cuotas, recordando siempre que estar vivo exige un esfuerzo mucho mayor que el simple hecho de respirar. Solamente la ardiente paciencia hará que conquistemos una espléndida felicidad.
Trata de acorralar a un rayo, o de dominar a un tornado.
Detén a un río y creará un nuevo cauce. Resiste y la marea te hará caer.
Permite y la gracia te aupará a un nivel superior. La única seguridad reside en dejar entrar a todo: lo salvaje y lo débil; el miedo, las fantasías, los fracasos y el éxito.
Cuando la pérdida arranca las puertas del corazón, o la tristeza encubre tu visión con desesperanza, La práctica consiste sencillamente en soportar la verdad.
Si escoges abandonar tu forma conocida de ser, Todo el mundo se revela ante tus ojos nuevos.
A veces me llaman la cigarra; bichito que siempre sigue cantando sobre todo cuando hace mucho calor animándose a sí mismo y al mundo entero
Otras veces me llaman el ave Fénix, mítico animal volador que renace de sus cenizas cuando ya nadie lo espera
También tengo forma de flor El edelweiss que crece en soledad en alta montaña cerca del techo del mundo y casi en contacto con el sol y la luna
La verdad es que tengo miles de formas vivo en las rocas, en las nubes, en el mar en los bosques, en el interior de la tierra en las estrellas y en el aire del amanecer
soy la esencia, soy la energía de la que están hechas todas las cosas soy tú, soy ella, soy aquél, soy eso y nos conocemos desde hace tanto tiempo
te espero con mucha paciencia para que dejes de tener miedo de ser tú de ser yo, de ser millones de seres a la vez, de compartir tu esencia sin más
y te darás cuenta en aquel día cuando todas las cigarras canten contigo que tu corazón está lleno de seres mágicos y que el ser más maravilloso eres tú.
Me gusta la gente que vibra, que no hay que empujarla, que no hay que decirle que haga las cosas, sino que sabe lo que hay que hacer y que lo hace. La gente que cultiva sus sueños hasta que esos sueños se apoderan de su propia realidad.
Me gusta la gente con capacidad para asumir las consecuencias de sus acciones, la gente que arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien se permite huir de los consejos sensatos dejando las soluciones en manos de nuestro padre Dios.
Me gusta la gente que es justa con su gente y consigo misma, la gente que agradece el nuevo día, las cosas buenas que existen en su vida, que vive cada hora con buen ánimo dando lo mejor de sí, agradecido de estar vivo, de poder regalar sonrisas, de ofrecer sus manos y ayudar generosamente sin esperar nada a cambio.
Me gusta la gente capaz de criticarme constructivamente y de frente, pero sin lastimarme ni herirme. La gente que tiene tacto.
Me gusta la gente que posee sentido de la justicia. A estos los llamo mis amigos.
Me gusta la gente que sabe la importancia de la alegría y la predica. La gente que mediante bromas nos enseña a concebir la vida con humor. La gente que nunca deja de ser aniñada.
Me gusta la gente que con su energía, contagia.
Me gusta la gente sincera y franca, capaz de oponerse con argumentos razonables a las decisiones de cualquiera.
Me gusta la gente fiel y persistente, que no desfallece cuando de alcanzar objetivos e ideas se trata.
Me gusta la gente de criterio, la que no se avergüenza en reconocer que se equivocó o que no sabe algo. La gente que, al aceptar sus errores, se esfuerza genuinamente por no volver a cometerlos. La gente que lucha contra adversidades.
Me gusta la gente que busca soluciones.
Me gusta la gente que piensa y medita internamente. La gente que valora a sus semejantes no por un estereotipo social ni cómo lucen. La gente que no juzga ni deja que otros juzguen.
Me gusta la gente que tiene personalidad.
Me gusta la gente capaz de entender que el mayor error del ser humano, es intentar sacarse de la cabeza aquello que no sale del corazón.
La sensibilidad, el coraje, la solidaridad, la bondad, el respeto, la tranquilidad, los valores, la alegría, la humildad, la fe, la felicidad, el tacto, la confianza, la esperanza, el agradecimiento, la sabiduría, los sueños, el arrepentimiento y el amor para los demás y propio son cosas fundamentales para llamarse GENTE.
Con gente como ésa, me comprometo para lo que sea por el resto de mi vida, ya que por tenerlos junto a mí, me doy por bien retribuido.
Cuando hablamos de paz, en general tendemos a pensar en la ausencia de guerra. Sin duda que así es, pero vivir en paz no sólo significa que no haya conflictos, también es vivir en armonía con lo que somos y tenemos, con los que nos rodean y en el lugar que estamos.
Vivir en paz es estar tranquilos con nuestra conciencia, sabiendo que damos lo mejor de nosotros, o –al menos- lo intentamos todos los días. La paz, parecería ser el anhelo mundial por excelencia. Es un deseo genuino y por el que todos deberíamos trabajar.
Que cada país viva en paz con el otro, que se terminen las guerras, que el mundo sea uno y no unos contra otros. Nosotros, como individuos, también necesitamos vivir en paz, si así no lo hacemos, mal podremos pretender que el mundo no viva en conflicto permanente.
El mundo somos nosotros, las naciones también. En mayor o menor medida, todos tenemos parte de responsabilidad en lo que ocurre. Si cada uno lograse, primero desde su corazón, luego desde su entorno vivir en paz, cuánto más fácil sería para todos.
Aquí el respeto empieza a tallar con fuerza. Si no respetamos al prójimo y sus derechos, al planeta que no es ni más ni menos que nuestra casa y tampoco nos respetamos a nosotros mismos, no habrá paz posible. Cuando alguien fallece, es el deseo de quienes lo despiden “que en paz descanse”. La frase es por demás conocida y sentida.
Me pregunto ¿no sería bueno acostumbrarnos a decir también “que en paz vivamos”? Es tan importante morir en paz y descansar en los brazos de Dios, como vivir en paz y en armonía con Dios. Hay palabras a las que pareciera le damos real valor en ciertos contextos, diría hasta más impersonales.
Leemos los diarios o vemos los noticieros y nos asusta la guerrilla, las muertes, la violencia, las diferencias casi irreconciliables entre ciertas naciones. Esa paz que los diarios y la televisión nos muestran que es difícil conseguir, también lo es a veces en nuestro pequeño/gran mundo, en nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestro interior. No siempre estamos en paz con nosotros mismos. Jesús dijo “Mi paz os dejo, mi paz os doy”. Démosle el real valor que tiene ese regalo que Dios, a través de su hijo, nos entregó.
No lo desperdiciemos en conflictos inútiles tanto internos, como con los que nos rodean. Vivir en paz es posible, tal vez sólo sea cuestión de aprender a hacerlo, pero se puede y bien vale intentarlo, más allá de cualquier circunstancia. Si comenzamos todos y cada uno desde nuestro pequeño lugar, tal vez llegue el día en el que abrir un diario o ver un noticiero no nos deje un sabor amargo en el alma.
Aquella mañana lucía el sol y comenzaba a oírse el canto de los arroyos. Los pájaros, con su trinar, celebraban la llegada de la primavera y las flores se desperezaban ya sobre el manto verde que cubría la pradera. Al mismo tiempo, se desperezaban también las mariposas mientras abandonaban el capullo y reaparecían vestidas de fiesta, con enormes alas de irisados colores. Todas, menos una.
De uno de los capullos, el más alejado del árbol, salió una mariposa muy extraña: nunca se había visto nada igual. No tenía bellos colores, como sus hermanas, parecía, más bien, hecha por completo de cristal. No era fea, al contrario, era de una belleza deslumbrante. Sus alas, recubiertas de pequeños cristales de hielo, brillaban con el sol y lanzaban destellos en todas direcciones. ¡Era una mariposa preciosa! Pero era diferente.
-Qué raro es tu vestido -se burlaban sus hermanas.
-¿Dónde están tus colores? – le preguntaban las libélulas.
-¡Tus alas no son de terciopelo! – le advertían las arañas.
-¿Antes también eras distinta? – se extrañaban las orugas.
-Eres un bicho raro – sentenciaban los insectos palo.
La mariposa era preciosa, pero era diferente. Y, por ese motivo, nadie la tomaba en serio. Sus hermanas no querían jugar con ella y el resto de insectos se la quedaban mirando con compasión. De nada le servían sus cristalinas alas transparentes, sus destellos brillantes, su fragilidad de cristal, el silbido de su aleteo. Nadie la quería porque no era una mariposa de colores, con alas de terciopelo y negro cuerpo azabache.
La mariposa se había quedado sola porque era diferente, así que decidió alejarse de todos. Voló, voló y voló hacia los confines del mundo. Sus alas reflejaban el sol con cada batir, fulgurando contra el intenso azul del cielo. Al cabo de un buen rato, se posó cerca de un arroyo a refrescarse. Se encontraba ensimismada, absorta en sus propios pensamientos, cuando notó que alguien la observaba. La mariposa levantó la mirada y vio, frente a ella una termita muy anciana.
-¡No me lo puedo creer! ¡Eres una mariposa de los hielos! -exclamó la termita.
La mariposa no entendía a qué se estaba refiriendo.
-¿Yo? No, no. No soy una mariposa de los hielos. Sólo soy una rara mariposa que nació sin colores -dijo la mariposa, entristecida.
La termita le insistió. Le dijo que su abuelo le contaba una historia que hablaba de cómo, cada primavera, una sola mariposa nace diferente a las demás. No tiene colores ni alas de terciopelo. Al contrario, es transparente y brillante como un copo de nieve y sus alas son rígidas y frágiles como el hielo. Es diferente, sí. Pero es única. Y tiene una misión: la mariposa de los hielos es la encargada de guardar el invierno, para que sepa encontrar el camino de vuelta y no se pierda, y pueda, así, regresar cada año.
-No eres rara, eres especial. ¡Eres la guardiana del invierno! Sin ti, nada volvería a empezar -le insistió la anciana termita.
-¿Empezar? ¡Pero si es en primavera cuando empieza todo! -se extrañó la mariposa.
-No, en realidad todo empieza en invierno -continuó la termita- Se necesita la nieve para que, con el deshielo, el agua se reparta por el mundo y puedan brotar las plantas. El invierno no es el fin de la vida, sino el inicio de ella.
Cuando se corrió la voz entre los insectos, éstos comenzaron a mirar a la mariposa con admiración. Ahora, todos se sentían afortunados por tener entre ellos a una mariposa de los hielos. Aprendieron que ser diferente no quiere decir ser raro, sino especial. Y que los seres especiales están en este mundo para cumplir una importante misión. ¡Sólo hay que descubrir cuál es! Gracias a la mariposa de los hielos, el invierno supo encontrar el camino de vuelta, coloreándolo todo de blanco. Con la llegada de una nueva primavera, otra mariposa muy especial comenzó a romper su capullo de hielo…
Cuenta una leyenda de los indios sioux que una vez llegaron hasta la tienda del viejo brujo, tomados de la mano, Toro Bravo, el guerrero y Nube Alta, la hija del cacique.
– Nos amamos -empezó el joven. – Y nos vamos a casar -dijo ella. – Queremos un hechizo, un conjuro, algo que nos garantice que podremos estar siempre juntos -dijeron los jóvenes al unísono.
– Hay algo que puedo hacer por vosotros, pero es una tarea muy difícil y sacrificada -dijo el brujo tras una larga pausa. – No importa -dijeron los dos. – Entonces -dijo el brujo- Nube Alta, sin más armas que una red y tus manos, subirás al monte y cazarás al halcón más vigoroso. Tráemelo vivo el tercer día de luna llena … Y tú, Toro Bravo -prosiguió el anciano- tú debes traer de la montaña más alta a la más valiente de las águilas, y traerla viva sin ninguna herida. Los jóvenes asintieron en silencio y, después de mirarse con ternura, partieron.
El día establecido por el brujo, los jóvenes llegaron a su tienda con dos grandes bolsas de tela que contenían las aves solicitadas. El viejo les pidió que, con mucho cuidado, las sacaran de las bolsas. Eran sin duda las aves más hermosas de su estirpe.
– Ahora -dijo el brujo- atad entre sí a las aves por las patas con estas tiras de cuero. Después soltadlas y dejad que intenten volar. El águila y el halcón intentaron levantar el vuelo, pero sólo consiguieron revolcarse en el suelo. Irritadas por su incapacidad, las aves arremetieron a picotazos entre sí.
– Éste es el conjuro. Jamás olvidéis lo que habéis visto hoy. Vosotros sois como el águila y el halcón… si os atáis el uno al otro, aunque sea por amor, viviréis arrastrándoos y, tarde o temprano, os haréis daño el uno al otro. Si queréis que vuestro amor perdure volad juntos pero jamás atados.